martes, 14 de octubre de 2008

les cuento un cuento

Las fotos se caen detrás de los cajones y se quedan allí y, en el mejor de los casos, vuelven a encontrarse en el siguiente traslado. Un día, hacia los años 50, encontré debajo del cajón de un armario comprado en Indochina, una postal con fecha de 1905 dirigida a alguien que vivía en la rue Saint- Benoît aquel año. La foto sin la que no se puede vivir, ya existía.
Para volver a ver un hijo pequeño, se pasa por la foto. Siempre se hace esto.
Es misterioso.
Las únicas fotos de Yan que encuentro bonitas son las de hace 10 años atrás, cuando yo no le conocía. En estas fotos hay lo que busco en él ahora, la inocencia de no saber nada aún, para bien o para mal.
A finales del siglo XIX, uno se iba a la casa del fotógrafo. Para existir más tiempo.
Si lo pensamos la ausencia de fotografía se convierte en una carencia esencial.
¿Cómo vivieron sin fotos? No hay nada que permanezca después de la muerte, ni del rostro ni del cuerpo. Ningún documento sobre la sonrisa. Y si alguien hubiera dicho a la gente que la foto llegaría, se habrían trastornado y espantado. Creo que contrariamente a lo que habría creído la gente y de lo que se sigue creyendo, la foto ayuda al olvido.
Uno siempre tiene más realidad que el otro. Es a uno mismo a quien ve uno menos, en la vida e inclusive en esta falsa perspectiva del espejo.

m.duras

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