domingo, 3 de febrero de 2013

La vida ajena es disparatada para los ojos de los demás. Ante un desencuentro, conflicto o desacomodo, es muy difícil ponerse del lado del otro, abrir la lente y ver más allá de la herida propia. Eso es algo que me plantea cada 60 minutos alguien. Un mismo mambo y dos caminos enfrentados. Los españoles llegaron al esplendor de una inmensa ciudad lacustre que florecía, tierra unida al lago por medio de calzadas flotantes, enorme, con sus plazas, con agua de manantiales que también llegaba a la ciudad por medio de un acueducto. Era como Venecia india, y en este paisaje mágico, andaban descalzos unas personas semidesnudas, con muchos colores y lleno de joyas. Estos semidesnudos se bañaban todas las noches, ya que seguían el ejemplo de su emperador, en plena tenochitlan, por las noches, se bañaban en lagos bajo el reflector de la luna perfumándoles la piel, eso marcaba una diferencia con los españoles, ya que no se lavaban ni se cambiaban nunca. Los indios esperaban con rituales y regalos a semidioses que llegaban en barcos, según ellos, sin saber que los hombres que venían no tenían nada ni de semi ni de cuarto dios, eran brutales y no percibían la belleza de las flores y solo querían el oro como meta final. Esto que leí, me genera un entendimiento sobre las relaciones, el mundo, los tormentos, los espacios cómodos e incómodos, sobre la paz, sobre la guerra, sobre el rollo. Todo tiene la visión de otro aunque este otro no lo diga ni lo calle. El atardecer me esta diciendo como un mantra, que la semana que comienza mañana es heavy, que la energía estará focalizada en estar con mucha gente y en horarios, holas y hasta prontos, llamame, te llamo, un whatsapp y agendas tacitas. El atardecer no se calla eso que trasmite entre queja y olvido de lo vivido. El atardecer es un apurado en esperar la noche maniáticamente,histericamente,la espera como si se tratara del amor al llegar para cenar y expectante al despedir otro día, otra noche, otro latido. Porque siempre la vida ajena parece un disparate a los ojos de los demás. Porque cada uno se arma sus besos y sus heridas internas, al margen de lo que ocurre en la verdad del corazón. Porque la mente no se desenchufa nunca, en cambio el corazón siempre amaga con desconectarse para que no lo agobien tanto, como un esclavo de guerras no tan santas, se cuida cual un escapulario entre la piel y la camiseta una tarde hace muchos inviernos, suplicando protección divina. La realidad y la verdad se confunden y en ese caos surge una enfermedad muy de esta época, que pasa horas, sensaciones, esperanzas, ilusiones a través de una red. Dos realidades frente a un mismo acontecimiento. Como dice parmenides de elea en un fragmento de su poema Indiferente es para mí por donde empiece, pues allá retornaré de nuevo. Los mundos y sus diferencias que humedecen sus raíces en una energía espiritual. Siempre prefiero, cuando puedo, utilizar herramientas espirituales y acudir a la disciplina zen pop, cual es, ante tormentas que perturban las noches, hacer dieta conciente, encender el silencio y hacer lo que se tiene que hacer, sin manifestaciones góticas, recurrir a la capa invisible y zurfiar los días. Me gusta más la fantasía del ritual pagano que la premeditación perversa. Me gusta estar del lado mío. Me gusta creer que hay semidioses Me gusta regalar flores Me gusta encender una vela cuando veo que ya se esta desvaneciendo la que encendí ayer. Me gusta comprender la vida ,que me parece disparata, del otro y saber ….. También, cuando puedo, me gusta examinar la equivocación, la mía, la que eché al destino.

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